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«Erase una vez…»

– Papa.
– Dime cariño.
– Antes de dormir me gustaría que me contaras un cuento.
– Claro, ven túmbate aquí a mi lado. ¿Cuál quieres que te cuente?
– Cuéntame la más bella historia de amor que jamás haya existido.
– Está bien, empieza así: “Érase una vez en un reino muy lejano…”

Bonita forma de empezar un cuento, ¿Verdad?

Lástima que la vida no pueda empezar como los cuentos que de pequeño mi padre me leía.

Cuentos con hadas y madrinas, con dragones y mazmorras. Historias plagadas de aventuras y emocionantes desenlaces. Cargadas a su vez con un toque de intriga para acabar siempre con un final feliz. Ese final que cuando se es pequeño, te hace sentir bien y provoca dulces sueños.

¿Quién no se ha sentido feliz al saber que la princesa encontrara a su príncipe azul?

La vida no es como un cuento, no tiene por qué terminar feliz, pero a diferencia de ello, el final de la vida no está escrito en la página siguiente, lo podemos cambiar. Podemos decidir que va a pasar al final de cada frase, al final de cada parágrafo. Marcar las últimas letras y poner nuestro punto y final para saltar a otro capítulo. Cambiar lo ya escrito por algo alternativo. Marcarnos nuestras propias metas, nuestros objetivos y luchar por ellos.

– Papa.
– Dime cariño.
– Sigue, cuéntame, ¿Cómo termina la historia?
– Por donde iba… “Y la bella princesa lo miro a los ojos, lo comprendió todo, lo amaba…”

Qué simple y sencillo suena, ¿Verdad?

Nos hemos criado pensando que una bella princesa se encuentra encerrada en lo alto de una torre y que su apuesto príncipe la rescatará trepando a través de su larga melena. Hemos pensado siempre que la pobre criada se convertiría por una noche en princesa, gracias a su hada madrina, pierde su zapato de cristal y su querido príncipe obliga a todas las mujeres del reino a probarse el zapato para poder encontrarla.
Y como estas, existen muchas otras más.

Pero todas ellas tienen una cosa en común, el desenlace final.

– Papa.
– Dime cariño.
– ¿Qué ocurrió al final?
– Hijo, al final… “Fueron felices y comieron perdices.”
– Es una bonita historia papa. Gracias.
– ¿Gracias porque hijo?
– Por ser el mejor padre del mundo. Hasta mañana.
– Buenas noches, abrígate bien. Descansa.

Después de eso, el padre, apago la luz de la mesita. Se acercó a su hijo, le dedicó el más suave de los besos y acarició su frente deseándole unos dulces sueños.

Y pensar que una vez estuve a punto de perderte. ¡Te quiero!

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